Mucho se ha hablado estos días de quién salió vencedor del
debate de Salvados entre Pablo Iglesias y Albert Rivera. He leído bastantes opiniones que sostienen que la balanza se inclinó hacia Rivera, y bueno, he de reconocer que Rivera
estuvo más agresivo, y que la agresividad puede ser confundida con eficacia por
aquellas personas que entienden un debate de un modo similar a un combate
pugilístico. A mí, sin embargo, me resultaron bastante molestas sus
interrupciones constantes y algunos de sus ataques que por lo simplones me
recordaron mucho a los modos de los partidos de la vieja política. Soy
consciente de que puede sonar a generalización, pero durante mi corta
experiencia en el círculo he observado que las mujeres no caemos con tanta frecuencia en ese tipo de
comportamientos: interrumpimos menos, escuchamos con mayor atención, sopesamos
la pertinencia de nuestras intervenciones antes de pedir la palabra, y evitamos
repetirnos. Esta es una opinión que solemos compartir en las reuniones que
tenemos a nivel Galicia y en la que también coinciden muchos de nuestros
compañeros hombres. Si bien, a medida que van pasando los meses, una observa
cómo sí que acabamos asumiendo parte de estos comportamientos, lo que puede ser
consecuencia de una especie de adaptación al medio. Esto provoca que pueda
entender mejor esa percepción que tenemos y sobre la que hablamos mucho
últimamente cuando nos reunimos con las compas de "O Soño de Lilith" respecto
a que a medida que se avanza en la escala política se produce una cierta “masculinización”
en las actitudes y comportamientos de las mujeres, algo que seguramente tiene
su equivalencia en gran parte de los ámbitos de la sociedad que
tradicionalmente nos han estado vedados. Por lo que, aunque las mujeres nos
hemos ido incorporando a la política en las últimas décadas, este hecho tiene como
consecuencia principal una transformación de las mujeres que toman este camino,
y no tanto una transformación de la política en sí. De lo que podríamos deducir
que se sigue a desperdiciar el potencial (sobre todo en un sentido cualitativo)
del 50% de la población, y por lo tanto una se reafirma una vez más en la idea de que aún queda mucho por recorrer en
el camino de la igualdad y la normalidad de la mujer en política(como en el resto de ámbitos de la vida pública), puesto que no
se trata simplemente de ocupar espacios, sino también de que esos espacios se
vayan transformando con nuestra presencia. Toda esta argumentación que a
algunas puede resultaros demasiado larga, viene sencillamente a justificar la asunción de
que mi percepción sobre el debate del domingo puede estar en gran parte
sesgada, y no sólo por mi militancia en Podemos, sino también por una cuestión
de género. Hasta ahí bien, sin embargo
me gustaría explicar que esa incomodidad ante la agresividad de Rivera resulta, a mi entender, secundaria ante otro factor que me parece más
relevante: el hecho de que mucha gente dé por vencedor a Rivera en el debate me
hace concluir que gran parte de la población está todavía muy lejos de entender
la consecución de la igualdad como una prioridad y una de las necesidades
principales de nuestra sociedad. Y aquí no hablo en exclusiva de la igualdad
entre sexos, sino de igualdad en su término más amplio. Cuando Pablo Iglesias aboga por una necesaria redistribución de la riqueza en España, Albert Rivera esgrime la necesidad de crear riqueza. Obviamente nadie puede estar en
desacuerdo con la idea de que es necesario crear riqueza, pero lo que está
bastante lejos de la realidad es la ingenuidad (no sé si de él o de quienes compran su argumento) de pensar que el mero hecho de
crear riqueza va a garantizar su justa distribución. Y más teniendo en cuenta
el país que nos han dejado estos años de reformas con la excusa de la crisis,
de lo que da buena cuenta el hecho de que el poco crecimiento del que alardea
el PP ha ido a parar a una pocas manos. También cuando se habla de sanidad a
Albert Rivera se le vuelve a ver el plumero, y eso que durante estos últimos
meses ha tratado de suavizar su discurso en cuanto al copago sanitario, etc. Sin embargo él
no aboga por una sanidad universal, sino por una sanidad restrictiva con los
extranjeros, con lo que a su vez y de manera implícita está arrojando sobre esta parte de la población cierta culpa del
progresivo desmantelamiento de nuestra sistema sanitario durante los últimos
años. No parece que para alguien que emplea ese tipo de argumentos la igualdad
sea un tema prioritario. Pero esto ya había quedado patente durante los
primeros diez minutos de programa, cuando, al ver que el equipo que acompañaba
a Pablo Iglesias estaba formado íntegramente por mujeres, Albert no puede
evitar soltar el chascarrillo “te rodeas de tías, jeje” para más tarde acabar
de rematarlo con “de todas formas, yo estoy en contra de las cuotas, tanto para
bien como para mal”. He de confesarlo, para mí en ese preciso momento Rivera
perdió el debate. Y ya no habría ni adorno discursivo ni argumentación que
pudiera cambiar esa impresión. Porque es en ese momento cuando, de manera
inesperada, la persona que es Albert Rivera ocupa el primer plano y relega al
político. Es ahí donde asoma la persona de un modo más fehaciente que cuando
nos va regalando anécdotas de su vida como aquellas de las que se puede deducir que es un buen padre, y no porque esas anécdotas no
sean verdad, pero es obvio que él sabe (incluso puede que sepa y haga de manera
inconsciente)la imagen positiva que transmite en el electorado.
La impresión que ese primer comentario sobre las cuotas y
las mujeres causa en mí va siendo refrendada por aquellos acerca de la sanidad
y la distribución de la riqueza. O ese otro tan rocambolesco de equiparar la
nacionalización de empresas con el Franquismo y que me dejó con cara de haber preguntado “¿Y la europea?”. El caso es que para mí es obvio que el
político no es más que un rol o un personaje que se construye a partir de la
persona. Aunque era algo que ya presuponía ahora tengo muy claro que no me siento
identificada con la persona Albert Rivera, ni creo que represente el cambio o
la sociedad a la que aspiro ayudar a construir y de la que querría formar parte. No voy a decir que Pablo Iglesias ganó el debate, puesto que es imposible obviar que
esa afirmación está sesgada como militante de Podemos que soy. Porque además
pienso que no es tanto que Pablo Iglesias haya vencido a Albert Rivera, sino más
bien que la persona Albert Rivera venció al político Albert Rivera. Pues al fin
y al cabo, aunque miremos fuera, nuestras derrotas sólo tienen lugar mediante
nuestras propias manos.
Fdo: Vera
Fdo: Vera